miércoles, 1 de mayo de 2013

Burbujas financieras

Una de las mayores ilusiones en la sociedad capitalista es la extendida convicción de que inteligencia y riqueza marchan de la mano. La realidad no confirma esta presunción, y en la mayoría de los casos, la riqueza es consecuencia de factores aleatorios. Los mismos que hacen que en los mandos del Estado no se sienten los mejores, sino los que han sido premiados por “la fortuna”, un factor imponderable que Maquiavelo incorporó a la teoría política.
En el mundo financiero es donde la creencia de que la inteligencia genera riquezas está sólidamente afincada. Los que se consideran más listos o informados inician un movimiento comprador de determinadas acciones en la Bolsa. De esta manera se produce un movimiento que confirma las expectativas creadas. La euforia dura hasta que alguien advierte que hay una sobrevaloración de esos activos y comienzan a vender. La tendencia se autorrefuerza y llega un momento que todos intentan escapar, lo que resulta imposible porque no hay compradores, sólo hay vendedores. La burbuja se pincha y el precio de las acciones se derrumba.
Estos ciclos de auge y caída se producen periódicamente. Esto es debido que según Galbraith, la memoria del público sobre los peligros de las burbujas financieras no alcanza más allá de un par de décadas. Por consiguiente, los ciclos se repiten. Los que participan en este juego y pierden se revuelven contra los “especuladores”. Son los profesionales que salen bien parados de la crisis porque debido a su experiencia han tenido la capacidad e intuición para adelantarse a los acontecimientos. Pero en ocasiones, cuando son fondos de gran tamaño, más que prever los acontecimientos, los provocan.
La historia registra casos divertidos del encantamiento que produce en las personas la creencia de que tienen a su alcance la posibilidad de enriquecerse. Alrededor del año 1593 el embajador austríaco en Holanda, llevó a este país una serie de bulbos provenientes de Turquía. Eran los famosos tulipanes, que hicieron furor entre los holandeses por la vistosidad que daban estas flores a los jardines. El precio de los bulbos comenzó a subir y cuanto más subían más convencidos estaban los inversores de que aquella era una buena inversión.
Un bulbo de tulipán llegó a cambiarse por un carruaje con dos caballos. Hicieron su aparición, ya entonces, las “opciones de compra” de bulbos, que permitían adquirirlos por un precio pactado en el futuro, entregando sólo un porcentaje del precio vigente en el mercado al momento de firmar la opción. En enero del año 1637 los precios de habían multiplicado por veinte. Fue entonces cuando alguien debió considerar que estaban demasiado elevados y comenzó a vender. Se produjo entonces el famoso efecto “manada” y los precios se desplomaron. La crisis que se desató a continuación afectó la economía productiva y Holanda se vio envuelta en una grave depresión económica que duró varios años.
Otros fenómenos similares tuvieron lugar en el mundo a lo largo del lento despliegue del capitalismo. En 1711 se creó en Inglaterra la Compañía de los Mares del Sur, con la idea de equipar barcos con esclavos africanos para venderlos en Sudamérica. El negocio, que había atraído a miles de inversores, fracasó estrepitosamente por la elevada tasa de mortalidad de los embarcados.
En Francia, en el año 1716, se creó la Compañía del Mississipi, que emitió valores que serían cancelados con la explotación de los yacimientos de oro que se suponía existían en la Luisiana francesa. Para ganar la confianza de los ahorristas se reclutó a un batallón de mendigos de París a los que se hizo desfilar por sus calles con picos y palas. Cuando alguien descubrió que los mendigos seguían deambulando por las calles en vez de estar navegando rumbo a América, se corrió la voz y las acciones de la compañía se hundieron estrepitosamente.
En 1815 un empresario de Boston importó media docena de merinos procedentes de Andalucía. Pronto circuló la idea de que los norteamericanos podían desplazar a los británicos en el comercio de lanas, y una flota de barcos privados atravesó el Atlántico para comprar merinos en Andalucía. Las ovejas que valían un dólar en España, pronto alcanzaron el precio de 1.200 dólares en Estados Unidos. Pero como en otras ocasiones, finalmente el mercado se derrumbó y las ovejas terminaron vendiéndose a 20 austeros dólares.
Un viejo aforismo de los especuladores en bolsa aconseja “ser cauto cuando los demás se muestres codiciosos y ser codicioso cuando los demás sean cautos”. Lo acaba de citar el multimillonario Warren Buffet en un artículo en el The New York Times donde anuncia su propósito de entrar a comprar en la deprimida Bolsa norteamericana. Lo que Buffet no dice es que él es el primer interesado en que los inversores vuelvan a depositar sus esperanzas en la renta variable: su cartera de valores acumula importantes pérdidas en lo que va del año. Una muestra más de los riesgos que asumen los que se internan en la intrincada selva financiera.
. La superburbuja
En general, se atribuye la actual crisis financiera internacional, al estallido de una burbuja inmobiliaria en Estados Unidos. Unos préstamos hipotecarios concedidos de modo irresponsable habrían contaminado los productos financieros derivados de esos préstamos. Como esos productos tóxicos se revendieron a entidades bancarias del extranjero, dieron lugar a una pérdida de confianza generalizada que derivó en un estrangulamiento del crédito interbancario. La pérdida de confianza se trasladó a los mercados de valores y las bolsas se derrumbaron. Esta es la síntesis, pero esa explicación oculta otro fenómeno: la existencia de una superburbuja financiera creada lentamente en los últimos veinticinco años.
La explicación sobre la formación y las consecuencias que puede deparar el estallido de esta segunda burbuja, lo pueden encontrar los interesados en el libro que acaba de publicar George Soros bajo el título de El nuevo paradigma de los mercados financieros (Editorial Taurus). Según Soros, superpuesta a la burbuja inmobiliaria de Estados Unidos hay una superburbuja más compleja provocada por unos métodos cada vez más sofisticados de creación de crédito y de apalancamiento, combinado con la convicción de que los mercados se corrigen a sí mismos. Tardó más de 25 años en formarse y ahora se habría pinchado.
La superburbuja sería la consecuencia de la combinación de tres tendencias de la nueva economía capitalista. Primero, la tendencia de largo plazo hacia la expansión crediticia siempre creciente. La sofisticación de los productos financieros ha llegado a tal extremo que ya no es posible saber cuál es la contrapartida real de los compromisos asumidos. Como señala el multimillonario Warren Buffet, los productos “derivados” se han convertido en auténticas “armas de destrucción masiva”.
Combinada con esa tendencia, la ausencia de coordinación entre las autoridades monetarias y de supervisión asentadas en sede nacional, lo que ha provocado una falta de control sobre los mercados financieros globalizados. El ritmo acelerado de las innovaciones financieras y la eliminación progresiva de las regulaciones financieras se han convertido en una mezcla explosiva cuya verdadera magnitud nadie conoce.
Finalmente, la tercera tendencia reposa en la estructura asimétrica de la globalización, que favorece a la economía de Estados Unidos que está en el centro del sistema y penaliza a las economías menos desarrolladas de la periferia. A pesar de un déficit comercial nunca visto (836.000 millones de dólares en 2006) y de un déficit presupuestario creciente (4 % del PBI) que ha elevado la deuda pública de EE UU a los 8,5 billones de dólares, el dólar sigue siendo fuerte por su condición de moneda refugio. Estados Unidos sigue brindando seguridad y atrayendo el ahorro del mundo al punto que su deuda total (pública y privada)asciende ya a 48 billones de dólares (más de tres veces el PBI norteamericano).
Las consecuencias últimas que tendría el estallido de esta superburbuja todavía no pueden ser evaluados. Pero si pensamos que cada quiebra de una entidad financiera norteamericana se traduce en la volatilización de activos para los bancos, fondos soberanos u otros inversores internacionales que han llevado sus ahorros a Estados Unidos, es fácil adivinar el escalofrío que recorre a las autoridades chinas que poseen un billón de bonos del Tesoro norteamericano.
Por el momento, existen coincidencias en que la crisis financiera provocará una segunda oleada negativa en el sector de la economía productiva. Tanto Joaquín Almunia, comisario europeo para Asuntos Económicos, como Ben Bernanke, presidente de la Reserva Federal norteamericana, han anunciado que estamos en las puertas de una recesión mundial y que habrá menos crecimiento y menos empleo. Lo que ya resulta inimaginable sería la eventual implosión provocada por una caída súbita y repentina de la confianza en el dólar. Algo improbable, pero no imposible.

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